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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

El Hogar Caído

Entre viaje y viaje, Iris se tomó un descanso. Se escapó de sus labores y viajó al lugar donde comenzó todo. Mucho tiempo antes.
Ahora no era más que una cima yerma y fría. Ante los ojos mortales todo parecía igual que había parecido entonces, Las puertas al reino oculto de los dioses continuaban cerradas, pero ante Iris todo aquel lugar era un páramo desolado, la ruina de todo un mundo venido a menos.
Bajo ella estaban las nubes acuosas y blanquecinas, borrando de los ojos mortales aquel mundo desconocido, el paraíso anhelado por héroes de siglos y siglos. Iris lloró ante aquella visión. Ante aquel paraje vacío y neblinoso. Sintió como el olvido de los hombres había comenzado a borrarlo de su creencia y de su memoria entre aquella niebla espesa. Y su corazón se encongió. Que ella hubiese sido arrojada a la nada, al vacío y a la muerte eterna, era una idea insoportable. Pero que el propio hogar de los dioses hubiese sido olvidado la resultaba grotesco y horrible. La causaba un dolor insoportable que acuchillaba su alma. Trató de explorar aquel lugar con la esperanza de encontrar algún vestigio de su antigua vida, de los viejos tiempos, pero el dolor y la aprensión era tan grande que no fue capaz de buscar entre las columnas caídas y las montañas de polvo.
Si alguien más hubiera visto aquella cima yerma y vacía, no hubiera reconocido más que una acrópolis en ruinas envuelta en una densa niebla, en una bruma palpable y agobiante. Pero para un dios aquella visión representaba mucho más de lo que parecía a simple vista. Para Iris era un hogar derruido y olvidado. Un retorno negado. Un exilio sin fin.

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