Blogia
El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Textos Perdidos

Una Gota de Lluvia

Una gota de agua fría cae en tu nariz y te hace sentir vivo. Se cuela de forma inexplicable por tu gorro, casi gélida y helada, como sólo las gotas de lluvia pueden serlo.
Los días de lluvia la gente camina más deprisa, los saludos son más efímeros. Y entras en el Metro encontrándote un calor inesperado, que te hace bajarte la cremallera del abrigo para que no te ases de calor. En el vagón te sientas junto a un hombre, que no para de mirarte extrañado de reojo, mientras descubres a un grupo de chicas cantando la canción de Fragel Rock, que terminan ligando con un chico cuando una de ellas menciona que estaba enamorada de uno de Los Mosqueperros y él comienza a cantar aquella vieja sintonía. Cuando bajas y sales, lo haces entre sonrisas de recuerdo, y en la boca de la calle dos chinos tratan de venderte tres paraguas a muy buen precio.
Caminas durante de horas, buscando algo que de antemano sabías que no ibas a encontrar, porque te has convencido de que nadie trabaja los días de lluvia. Porque en los días de lluvia el tiempo se detiene, como siempre que no le miras Caminas, jugando dentro del bolsillo, con esa vuelta que te dan al comprar aquel recado que no querías ir a buscar. Mientras parado esperas en un paso de cebra de la Gran Vía, cantas en tu mente la, de un tiempo a esta parte, para tí única banda sonora posible para los días de lluvia, alguna balada triste de un disco cualquiera de Tori Amos. Pero luego te olvidas y la única música es la de las tiendas junto a las que pasas y el sonido de la calle.
Y al final vuelves con alguna compra inesperada en un vagón acompañado por la que sería la banda sonora de un Monmartre desafinado. Y al reentrar en casa todo continúa igual, porque, por mucho que lo parezca, nada cambia en los días de lluvia.

Ojos Verdes

Me atravesaba con sus ojos verdes. Sus jadeos se acompasaban lentamente con el ritmo de nuestros cuerpos. Su cuerpo brillaba envuelto por una fina capa de sudor frío, a través de cada uno de sus poros exudaba un olor penetrante que me seducía lentamente. Poco a poco nos fuimos hundiendo en un orgasmo conjunto, silencioso y romántico. Fuimos penetando cada uno en el alma del otro. Ella me atravesaba con sus ojos verdes.
Su cuerpo era delicado y suave. El fino vello de todo él se erizó en aquel momento. Entonces jadeó de nuevo y un escalofrío recorrió mi cuerpo. Yo también jadeé. Y ambos llegamos al clímax en aquel momento. Y por un leve instante veló sus ojos verdes.
Tras aquello soñé con ella toda la noche.

Hoy no había nadie en mi cama y estaba desnudo y frío. Ella nunca durmió conmigo, ella nunca se desnudó para mí. He dormido solo y todo ha sido un sueño. Pero desearía que hubiera estado junto a mí, atravesándome con sus ojos verdes. Y dejándome amarla como sólo yo podría haberla amado.

La Chica del Metro II

Antes de empezar a escribir esto he revisado el archivo y he descubierto que ya hubo otra chica del metro, pero ésta es una completamente diferente.

Ayer, cuando cogí el metro en Santo Domingo, ella estaba esperando en el andén. Yo me senté en el banco y la miré, al principio de forma efímera y casi espontánea e inocente. Era algo más que yo, y por su cara parecía tener 15 o 16 años, era rubia y muy guapa. Ella no reparó en mí. Y yo me dediqué a mis pensamientos mientras esperábamos al siguiente tren.
Ambos subimos en el mismo vagón de forma casual. Ya había cruzado la mirada un par de veces cuando me acerqué al borde del andén. Nos sentamos cada uno en un lado del vagón. Ella en el centro y yo en el final. La gente comezó a subir y bajar según las paradas pasaban. Y cruzamos la mirada varias veces. A veces ella me pillaba mirándola, y otras veces era yo el que la descubría observándome. Yo trataba de recorrer todo el vagón con la mirada, como siempre hago, pero de alguna forma ella me llamaba.
Al final, cuando mi parada se acercaba me levanté y me acerqué a la puerta. Ella se levantó instantes después. Cuando cogí el manillar para abrir la puerta me miró con un gesto que no supe si era deseo o paranoia.
Cuando el vagón paró y abrí la puerta se marchó rápidamente y transbordó. Yo me ´fuí de allí.
Ahora pienso, con dudas, que tal vez no fuera deseo ni paranoia, sino despecho por haber cogido aquella manilla y no su mano tendida sobre la puerta.

Negarse

Estaba sentada en la mesa de la cafetería, mirando a través de la ventana. Los coches cruzaban rápidamente ante mi vista. Él ya se había marchado. Por fin estaba sola. El ruido de la gente de mi alrededor me llegaba difuso y lejano. Sólo estaban mis pensamientos dando vueltas en mi cabeza y un cigarrillo medio consumindo en mis manos.
Di una calada y traté de desperezar mi cabeza. Todavía había muchas cosas a las que estaba dándoles vueltas. No quería más explicaciones ni más palabras vacías. No quería saber nada más de todo aquello. Y, sin embargo, me sentía vacía. Como si todo se hubiera quedado a medias. Como si necesitase que me diesen todas aquellas respuestas y explicaciones que nadie me había dado, principalmente porque no quería oírlas.
No pude reponerme después de aquello. Sencillamente terminé aquel cigarrillo y traté de continuar con mi vida como si nada hubiese pasado. Pero ya daba igual. Y todo daba igual. El tiempo seguiría corriendo y yo no habría aprendido nada de todo aquello. Al final el peso de los años caería sobre mí como si nada hubiese cambiado. Y durante todo ese tiempo, sencillamente me habría negado a vivir la vida.

Deseo

Mi cuerpo se mueve al ritmo acompasado de la música. Mis caderas acarician al aire con cada golpe hueco de los timbales. Mi oscura melena se revuelve en el trajín del baile. Siento sus ojos recorriendo mi piel morena y ardiente, mientras giro una y otra vez sobre mí misma. Mis manos dibujan las viejas historias de Arabia en las nubes de incienso. Exhalo en el clímax de mi éstasis. Cojo uno de los velos de mi cintura y lo arranco con suavidad. Sobrevuela ligero el aire y se pierde entre las brumas del humo. El sudor resbalo por mi carne y se evapora sobre mi fogoso cuerpo. Otro golpe de cadera y los cascabeles que penden de ella estallan en un clamor de titilantes sonidos. Le miro. Me mira. Sus ojos negros se clavan en mi cuerpo. Le deseo. Me desea.
Soy una bailarina. Soy una amante. Soy una mujer. Soy un objeto. Soy el fuego y el ardor. Soy el propio deseo.

La Ciudad de la Niebla

CiudaddelaNiebla


Había una ciudad que había sido condenada a permanecer envuelta en una densa niebla por siempre. Una niebla que se espesaba con el paso del tiempo y que poco a poco envolvió todo lo que existía en aquel lugar.
Todo quedaba rodeado, cumido en medio de aquel mar de brumas y sospechas. Y con el tiempo la niebla se asentó en el corazón de los habitantes de su ciudad. Todo se tornó descreencia y paranoia. La gente perdió sus esperanzas y se sumió en un sinfín de días iguales. Los eran grises unos tras otros.
Las portadas de los periódicos estaba saturadas de asesinatos y otros hechos horribles. Pero nadie esperaba que ocurriese nada para solucionar todo aquello. Sus vidas se habían convertido en un devenir de días neblinosos hacia el fin de su existencia. Todos eran seres vanos y vacíos.
Al fin todo cayó.
Y las últimas luces de esperanza se apagaron.
Al fin la niebla se extendió a lo largo de todo el mundo.
Por fin todo había acabado.

Noches de Invierno

El tiempo había decidido detenerse. Todo caminaba ahora mucho más despacio. Era incapaz de creer que todo aquello hubiese pasado en realidad. Era esa clase de situaciones en las que se sumía tanto en los abismos de su propia mente que era incapaz de diferenciar la realidad de la fantasía.
Su mirada se perdía en la neblina que formaba la intensa lluvia al otro lado del cristal de la cafetería. En ese mundo de tonos azulados en una noche cualquiera de un mes de invierno.
Mirar a allí fuera la provocaba una melancólica y agobiante sensación de soledad que se agarraba a su corazón y lo presionaba hasta ahogarla.
Y así los sgundos se convitieron primero en minutos y luego en horas. Hasta que al final el más ínfimo instante se distorsionó hasta convertirse en una eternidad efímera e insondable. Era en aquella clase de momento cuando la gente se dejaba ir y moría. Pero ella sencillamente lo dejó pasar. Y los segundos pasaron de nuevo a ser horas y luego minutos. Y al fin el tiempo retomó su curso.
Salío de allí tras pagar la cuenta y se difuminó bajo la lluvia en aquella noche de Invierno.

Calles

Acompaso lentamente mi respiración. Poco a poco siento que mi cuerpo se estremece presa de un lento orgasmo. Abro los ojos y despierto lejos de mi cama. Estoy desnudo ante la calle vacía donde reina el silencio. Los papeles viejos sobrevuelan lentamente el suelo. Siento el frío punzante azotando mi cuerpo.
Camino exhalando vaho espeso y voluminoso que oculta mi cara. Me siento solo. Me encuentro vacío.
En las casas los ladrillos están desgastados y de entre ellos emergente esquinas punzantes. Sus resquicios están dibujados por chorretones oscuros de algún tipo de líquido ya reseco y pegajoso.
Continúo avanzando.
Pero las calles se bifurcan una y otra vez. Y todo parece lo mismo. De vez en cuando alguna escalera de incendios rompe la monotonía colgando desde varios metros sobre mí. Pero no hay ni una sola ventana. Sólo puertas cerradas cubiertas por el óxido grisáceo.

Ahora me siento solo. Estoy completamente vacío. Y no encuentro una salida. Sólo calles y mas calles que no terminan nunca. Y todo es siempre igual.

Quiero abrir los ojos de verdad. Pero me he quedado encerrado en mi sueño.

Es Domingo por la mañana...

Es Domingo por la mañana. El olor a pan recién hecho atraviesa las cortinas colándose por la ventana. Me he quedado solo, medio dormido entre las sábanas.
Me incorporo y miro a mi alrededor. Todo sigue igual. Nada ha cambiado desde entonces. Sentado en la cama trato de recordar esos besos apasionados y tu aliento en mi cuello, pero los recuerdos son marchitos retazos de aquellas imágenes vívidas que no osaría recordar mi mente.
Me levanto y camino desnudo através de los pasillos. Atravieso hasta la soledad de la cocina y miro a través de la ventana una calle desierta. Dejo haciendose el café y marcho a la ducha. Adoro que las gotas rompan contra mi cabeza. Poco a poco mi alma se despereza y vuelvo al mundo real. Me quedo de pié durante una eternidad mientras el agua resbala por mi cuerpo desnudo. Cuando al fin decido salir un escalofrío recorre mi húmedo cuerpo.
Me seco con la toalla y tan solo me pongo la ropa interior. Vuelvo a la cocina y cogo la taza de café. Mientras me la tomo miro por la ventana.
La calle está desierta. Todo ha sido un sueño.

Sin saber que escribir; experimentando

Trato de leer diferentes blogs mientras resuena en mi cabeza el teclear de la gente de mi alrededor entremezclado con el extraño ruidito de la persona que espera. Las conversaciones se pierden a trozos en mi mente evadida que trata de pensar sobre qué escribir tras un fin de semana de fiesta en un día gris.
Han pasado muchas cosas ne muy poco tiempo y no hay demasiado tiempo como para contar como la lluvia ha mojado los mapas de la salida de campo y como me divertí en la fiesta del Sábado. Pero hay fotos de aquella noche, y cuando logre conseguirlas todos podréis verlas

Inspiraciones Perdidas

El mundo está lleno de Inspiraciones perdidas.
De pequeños versos escritos en la doblez de una servilleta.
De frases inmortales que se van cuando se destapa el desagüe.
De sueños que se marchitan entre las flores al final de la primavera.
De relatos que desaparecen con el romper de las olas.
De historias contadas al aire en una noche a solas
De vidas imaginarias vividas en papeleras olvidadas.
De canciones cantadas cuando nadie las volverá a recordar.
De imaginaciones escritas en pasos dados una mañana al caminar.
De tragedias imaginadas por temores vanos que se esfuman al mirar.
De susurros que cuenta historias contadas por narradores que nunda volverán.
De silencios eternos que dicen más que todas las palabras.
De recuerdos marchitos que se pierden hace mucho tiempo.
De anhelos que se van y que nunca vuelven.
De esperanzas que relatan los sueños más prohibidos.
De inviernos a la luz de una chimenea que nunca existirá.
De palabras dichas por un loco…
De suspiros que hablan de lágrimas lloradas cuando nadie lloraba.
De fantasías de un cuerdo que soñaba con su propia locura.
De persecuciones reales a un paranoico imaginario.
De ilusiones dibujadas en el canto de las paredes al perfil de las velas.
De dudas que albergan historias perdidas.
De detalles que resguardan realidades abatidas.
De otoños plgados de hojas que vuelan más allá de los mundos conocidos.
De tiempos olvidados que se recuerdan a medias a través de cristales de olvidos.
De melodías que hacen de banda sonora de recuerdos desconocidos.
De misterios revelados sólo aquellos que miran a través de los ojos de un niño.
De noches de verano donde todo es amores que aguardan adormecidos.
De vientos de primavera que susurran versos escritos por los árboles.
De mitos que relatan la historia de la cosa más nimia en un día cualquiera.
De momentos que se dejan pasar efímeros.
De vidas que se dejan a medio vivir y terminan, cuando menos te lo esperas.
De inspiraciones que se dejan pasar, y que se pierden por siempre
a los ojos de un mundo que sigue girando
y contando millones de cuentos soñados
un día por una persona cualquiera.

Relatos de una Vida Imaginaria - Prólogo

La vida se había convertido en un discurrir gris. Los días se sucedían entre las resquebrajadas paredes de la vieja Madrid. Desde hacía meses era incapaz de pintar nada, y pasaba horas sentada sobre las arrugadas sábanas de mi cama mirando el lienzo en blanco, un días tras otro. Los papeles garabateados y los bocetos fallidos lotaban en sus propio caos sobre la tarima de mi amplio ático.
Las noches las pasaba tomando café a dos manos mirando de pie a la enorme y blanquecina Luna, que daba la cara al enorme ventanal. Hacía demasiado que estaba sola. Ya no recordaba la última vez que había mantenido una conversación con alguien y la Luna parecía ser la única capaz de leer mis pensamientos. Y eso sólo si acaso yo pensaba algo mientras la miraba.
Podrían haber pasado mil eternidades sin que yo fuese nadie en toda aquella gran ciudad. Sin que no uese más que una pequeña diosa incapaz de crear, pero el Destino suele tornarse caprichoso cuando desea mostrarnos el camino hacia el que las musas nos han de guiar.
Según los grigos no existía ninguna musa encargada de inspirar las artes plásticas. Pero muchos auguraban que había un sinfín de pequeños espíritus menores dedicados a la inspiración de aquello que las musas se negaban a susurrar a los oídos de nosotros, los simples mortales.
En mi caso yo debía de haber sido abandonada por toda clase de divinidad menor. Y se me había negado el privilegio de crear cualquier cosa que supusiese el más mínimo ápice de..., si quiera arte. Tenía miles de versos inacabados desde hacía meses, y Erato y Calíope se negaban a revisitarme, ya fuese en la Vigilia o en el albor de la madrugada. Y las pinturas se negaban a tomar forma sobre las telas del lienzo. El caballete permanecía inerte y vacío en el centro de la habitación, esperando albergar algo que precía condenado a no nacer nunca.

Era una Diosa Menor incapaz de crear.

Sueños soñados despierto

Cuando camino suelo divagar, y mi mente tiende a perderse a través de los mil caminos que discurren entre el mundo real y el imaginario. He soñado diez mil vidas a través de cada paso.
He visto a las hadas bailar vestidas de finas gasas bajo las aguas de los aspersores que bañaban las delicadas flores violáceas de los entristecidos jardines de otoño.
He soñado amores perdidos más allá del tiempo que crecen y crecen y se ciernen más allá del mundo que podamos reconocer real. Y se convierten en historias sin principio ni fin, como la vida misma. Y he creado historias de hombres perdidos en el vasto mundo que los abruma.
He dejado que mi mente imagine cosas más allá de cualquier raziocinio y he bailado en los festivales de la vida y de la muerte.

He visto más allá de éste y de cualquier otro mundo. He alzado mi torre y ahora veo todo aquello que siempre deseé que fuese mi mundo.


H.Utopía 25 de Marzo 2004

Prólogo: Mil Sueños

23defebrerode2004.jpg- He soñado ya mil sueños – Le dijo la sombra al espejo
Y el espejo mostró a la figuras caminando ante el luminoso perfil de la Luna.
- Ésta es la tierra donde el despierto es el dormido y el dormido es el Rey
- He vivido ya mil vidas y he tenido mil existencias
- Y cada una de esas vidas han sido tú, y tú has sido cada una de ellas y de muchas otras.
- He sido luz y he sido penumbra, mas mi reino es la Oscuridad.
- Tú eres parte de un todo, de un ciclo cambiante que eres incapaz de comprender. Elige por siempre y quedará roto – La imagen del espejo se fracturó en miles de calidoescópicos pedazos.
- Elijo. Y que el equilibrio quede roto por tanto
Se levantó un fuerte viento y la Sombra se deshizo. El espejo quedó solo en el claro.
- La suerte está echada. Mostraré por tanto para vuestros ojos el Destino del Mundo.


H.Utopía 23 de Febrero de 2004

Adolescencia

Tal ves tras todo esto aún no sea un adulto,
tal vez ninguno lo seamos
la Vida no es una serie de fases
y la Madurez no es un nivel que alcanzas.

Ser Adulto
es aceptar
consciente
o inconscientemente,
que aún eres un niño.


H.Utopía 6 de Enero 2002

La Ninfa despertó dormida

Ninfa1.jpgLa ninfa despertó dormida en un lecho de hojas. Con guirnaldas de flores engalanando su pelo. Se alzó con inocencia y complacencia al calor del Sol. Recorrió los bosques sintiendo el frío rocío de la hierba en sus descalzos pies.

Y así anocheció.

Y la noche trajo consigo murmullos de terror y miedo. Y la ninfa volvió su rostro plagado de preocupación. Un crepitar rompió el haz de la Luna, los fuegos envolvieron el bosque. La ninfa giró en torno así misma buscando una salida.

Y el hombre salió de las llamas.

Cada uno la mató de una forma distinta. Uno la arrancó sus ropas. Otro la ahogó. Otro la agarró de sus finos cabellos…

Y la ninfa quedó allí tendida en el suelo, con la mirada perdida y flores marchitas en su pelo. Una lágrima
Ninfa2.jpgresbaló de su inerte ojo.

Pasó el tiempo y su carne se deshizo, y sus huesos fueron cubiertos por las hojas, y de entre ellos nació una flor.

Y una pequeña niña la cogió y se la colocó en el pelo, y soñó que era una ninfa, y que despertaba en un lecho de hojas…


H.Utopía 16 de Febrero 2004

Suspiros de un Sueño Olvidado

Todo parece tan distinto hoy. Me he despertado en una Tierra de Ensueño, donde el olor a tierra mojada era mi perfume y el susurro de la brisa llevaba mi nombre.

Me he despertado con la alegría de las princesas que habían dormido por mil años. Arropada por finas sábanas blancas, con los rayos del Sol colándose por las rendijas de mi persiana y bañando mi cara.

El café sabía distinto hoy. Como más dulce y fuerte, mucho más fuerte.

Había un pájaro observándome en la ventana. Uno de esos pequeñitos y castaños, un gorrión, creo. Nunca entendí mucho de pájaros, pero era bonito. Sonó un claxon y me sacó de mi ensimismamiento.

Me vestí rápidamente con una falda larga y una camiseta. Me peiné un poco el pelo y me di un poco de brillo en los labios. Cogí mi bolso y algunos caramelos y salí a la calle.

No es que tuviera nada que hacer, sencillamente quería pasear. Anduve calle abajo entre olores de pan recién hecho y cantos de pájaros. El día parecía tan hermoso y la gente tan gris.

La niña de la bicicleta me dedicó una sonrisa mientras que su madre aguantaba un gesto de completa seriedad e indiferencia. Esa mirada vacía fue como una oscura mancha en un buen día. Me resultó muy triste ver esa amargura ante la felicidad de su hija. Por un momento me entristeció, pero seguí adelante.

Una rosa cayó ante mí al doblar la esquina, la recogí del suelo y miré hacia arriba. Un niño se asomó de dos balcones más arriba y le sonreí, pero entonces sonó la voz de su madre llamándole y miró al otro niño que se había asomado junto a él. Los dos volvieron al interior corriendo. Me imagino la reprimenda por cortar los rosales de su madre y una sonrisa se dibuja en mi rostro.

Miro por un segundo la rosa. Es como si refulgiese de vida y color entre mis dedos. Su vibrante rojo está tiznado de finas gotas de rocío. Decido ponérmela en el pelo, pero como no es tarea fácil me valgo de mi reflejo en el escaparate de una librería.

Cuando termino de colocarme la rosa observo el escaparate más detenidamente y descubro un pequeño librito de pastas de cuero claro y repujado entre el resto de volúmenes fríos e inexpresivos. Y en sus portadas reza: “Cuentos Populares Celtas”. Decido entrar en la tienda y preguntar por el libro.

El librero es como un pequeño hombrecillo de principios de siglo. Vestido con ropas viejas y algo desgastadas hace juego con los libros de las estanterías. Cuando le pregunto por el libro se gira y levanta su vista a través de las polvorientas gafas. Una cara extrañada y una sonrisa son la primera respuesta. Luego se acerca al escaparate a recoger el libro mientras se queja de que la gente ya no aprecie los cuentos de antaño. Seguimos charlando mientras pago el libro y lo guardo en el bolso. Su tacto es suave y sus hojas apergaminadas guardan un suave olor a flores silvestres.

Vuelvo a la calle y siento el fluir de la gente, el devenir de las gentes de la ciudad. Y yo camino entre ellos, entre todas esas personas que desconozco, entre todas esas caras que nunca había visto. Y desciendo entre ellos a través de la boca del metro.

Susurros y brisas entre los pasillos de gente, entre las músicas de los que tocan en el metro. Mi pelo se mece suave entre todos esos movimientos como finos hilos a través de los suspiros de un amante.

Un ruido me estremece. Es como la llamada de un majestuoso coro de espíritus caminando, atravesando atados en una maraña de cadenas a través del profundo túnel. Y por un instante contengo la respiración y mi cara se ilumina con las luces que guían al coro. Mi pelo y mi vestido ondean a la vez que me giro a su paso.

Y a la vez que penetro en el vagón y veo todos esos rostros que me observan recuerdo. Recuerdo como si lo hubiese soñado ayer, lo que soné hace años.

Y lo veo. Veo el baile de máscaras al que asistí de niña. Veo todos esos rostros dorados volviéndose a mi paso y abriendo un pasillo ente mí. Veo como los danzantes de vestido azules y dorados me observan mientras camino entre sus pasos.

Todas esas mujeres de coloridos vertidos e intrincados peinados poseen un olor diferente, hecho de la esencia de todas las flores del mundo. Mientras que los hombres exudan una virilidad dulce e intrigante. Entre la danza de máscaras vislumbro peles de tizne azul y retorcidos cuernos.

A través de las oquedades de sus faces doradas sus ojos turquesas y malvas observan con dulzura mi caminar. Y mi eterno paseo entre las gentes termina ante una majestuosa mujer vestida de portentoso rojo y sentada en un trono de plata y oro. Me tiende su mano mientras se levanta, y yo la acepto y desciendo los escalones junto a ella. Y ambas caminamos hasta un espejo de marco dorado, y ahí puedo ver que yo también porto una máscara.

Me giro a la dama para ver como acerca sus manos a su cara para retirar su máscara dorada, y al resto de la gente del baile para ver que hacen lo mismo. Una luz surge de entre ellos, y refulge tanto que me ciega. Me vuelvo para mirarme en el espejo, pero ya no puedo ver.

Las puertas del vagón se abren y me dejo arrastrar entre la marabunta. Entre el nuevo rugir del coro de almas oigo un susurro, y por un segundo penetra en lo más profundo de mis oídos. Es como una lejana canción, como el canto de las sirenas en los oídos de Ulises, pero por alguna razón mis oídos sí están preparados para oírla, aunque no soy capaz de comprender su letra.

Su música es el sonido de la lluvia. Y la acompaña un suave olor a tierra mojada. Mientras salgo de la estación a la tenue luz del día noto el aire más húmedo, y siento el regusto del agua de la lluvia en mi boca. Y mientras camino a través de la plaza un fuerte viento se levanta, alzando las doradas y ocres hojas del otoño.

Y rompe a llover.

Con un fuerte rugido el agua comienza a calar la plaza. La gente corre rápidamente dejando vacía la plaza. Mientras yo alzo la vista para ver como las gotas transparentes y plateadas estallan contra mí.

De nuevo oigo la música exhalando tras de mí, me giro y un apuesto joven me tiende la mano, la cojo y ambos comenzamos a correr.

Su pelo es largo y rubio, y aún empapado es increíblemente liso. Sus ropas parecen las de un viejo caballero, una casaca de azul y plata y una camisa blanca. Miro hacia el cielo mientras corremos y veo como se precipita en forma de infinidad de lágrimas clara contra nosotros.

Cuando vuelvo a mirarle es mucho más hermoso y parece un auténtico caballero de antaño. Por un momento gira su mirada y me descubre dos ojos azules como el cielo del alba y tan profundos como el corazón del océano.

Tras correr entre muchas callejuelas llegamos a una vieja puerta de madera en un estrecho callejón. La abre, y comenzamos a bajar escaleras y escaleras hasta llegar aun pequeño arco y penetrar en un salón.

Él entra primero mientras yo sigo sus pasos.

Y siento la extrañeza cuando todos los presentes se giran y destierran de sus rostros las máscaras doradas a mi paso. Continuamos caminando entre los danzantes y sus máscaras desaparecen cuando se giran para mirarnos.

Los miro, mientras ellos me miran desde todos los ángulos de la sala, mientras continúan con su estancia y con su danza. Y al volverme le encuentro arrodillado, y ante mí la portentosa dama.

Viste un encorsetado vestido rojo que realza su fuerte figura. Su piel es tersa y brillante, y su mirada negra y profunda como un pozo en la más oscura noche. Sus cabellos forman una espesa melena de ondulados hilos de azabache recogidos al estilo de finales del XVIII.

Se levanta y desciende los tres escalones tendiéndome la mano, la recojo y la acompaño hasta el espejo del marco dorado, aún claro y brillante, como en mi sueño. Y en él puedo ver mi resplandeciente mirada y mi vestido blanco de oro y plata. Mi bolso es ahora un pequeño zurrón de terciopelo. Y sobre mí hay un brillante halo blanco.

Saco el libro del zurrón y una suave brisa pasa las hojas. Y así, encuentro mi historia.

Ahora, ya sé quien soy.


H.Utopía 14, 15 y 18 de Octubre y 7 de Noviembre 2003

Hasta la Verja

Muchas veces los pensamientos nublan mi mente queriendo decir tantas cosas y no puedo contarlas todas, a veces ni si quiera tengo la oportunidad de correr y coger un lápiz y apuntarlas. Es entonces cuando mi cabeza se nubla y se marchan.
No comprendo porqué tantas veces deseo cosas tan antagónicas. El otro día, la otra noche, volví a a ver ese mundo que aborrezco. Vi todo aquello que me horroriza de lo que rodea la vida que me ha tocado vivir. Esa sensación de extrañeza de desear estar tan lejos de todo asquello y a la vez querer ser parte de todo me hace sentir tan fuera de sitio siempre.
Supongo que muchos de vosotros comprenderéis esto. Normalmente el expresarse, el propio Arte, suele ser un influjo por el que se escapan nuestras penas y nuestros dolores. Pero hasta ahí ya nos comen el terreno y las cosas ya son siempre planchas de producción en cadena. Me horroriza pensar que tal vez un día yo sea eso. Y lo temo porque a veces mi musa se escapa y no vuelve por meses, y no tengo más que el vano valor de asomarme a la ventana y esperarla. Algún día se marchará por siempre y me dejaré marchitar pudriéndome eternamente.

Los últimos meses me costó muchísismo escribir más que unos pocos versos. Y sentarme ante un papel era como mirar un mar inmenso y no poder expresar nada, pues no era capaz ni de verlo, ni de oírlo. No podía sentir todo aquello que tenía en frente cuando estaba ante la hoja en blanco.
Hace poco he comenzado a aprender a ver las cosas de otyra manera. He descubierto lo que puedo disfrutar cuando estoy durante horas desnudo bajo la con dolor de cabeza. Y no hace mucho reí como un niño, como hacía siglos que no reía. He tenido una paloma aleteando a mi lado y he corrido entre el agua de los aspersores intentando no mojarme. Supongo que cualquiera que me viera pensaría que estoy loco. Yo pienso que he comenzado a andar, que por fin he abierto esa puerta que me mantenía encerrado y he caminado hasta la verja del jardín. Tal vez por fin consiga reunir el valor suficiente para abrirla y continuar andando.

Si algún día logro reencontrarme por fin con mi Musa y me convierte finalmente en su eterno amante os lo diré. Y entonces mis versos y mis palabras ya no será un influjo de penas.

Campánula

La luz se cuela entre los ventanales y redibuja las imágenes de las vidireras en los suelos de piedra gris. El gélido viento corre a través de los pequeños umbrales que dejan los abiertos portalones del antiguo edificio. Los bancos viejos se suceden en interminables hileras de oscura y veteada madera.

En el fondo, ante el altar, sentada en las escaleras de fría piedra, yace una joven de cabellos dorados y vestida de fina gasa blanca. Su melena se revuelve en la fina brisa, translúcida, en su aterciopelada suavidad.

Sus labios se mueven mientras mis ojos se fijan en su corona de violáceas flores, tal vez anunci mi muerte, tal vez sean los oráculos de mi cercano perecer.

Sus párpados se levantan, sus ojos están vacíos, llenos de nada; de iris tan calro, casi blanco, verdemar.

Campánula.

Campánula. Ninfa Oráculo, de mi final


H.Utopía 14 de Febrero 2002