Blogia
El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Relatos de una Vida Imaginaria - Prólogo

La vida se había convertido en un discurrir gris. Los días se sucedían entre las resquebrajadas paredes de la vieja Madrid. Desde hacía meses era incapaz de pintar nada, y pasaba horas sentada sobre las arrugadas sábanas de mi cama mirando el lienzo en blanco, un días tras otro. Los papeles garabateados y los bocetos fallidos lotaban en sus propio caos sobre la tarima de mi amplio ático.
Las noches las pasaba tomando café a dos manos mirando de pie a la enorme y blanquecina Luna, que daba la cara al enorme ventanal. Hacía demasiado que estaba sola. Ya no recordaba la última vez que había mantenido una conversación con alguien y la Luna parecía ser la única capaz de leer mis pensamientos. Y eso sólo si acaso yo pensaba algo mientras la miraba.
Podrían haber pasado mil eternidades sin que yo fuese nadie en toda aquella gran ciudad. Sin que no uese más que una pequeña diosa incapaz de crear, pero el Destino suele tornarse caprichoso cuando desea mostrarnos el camino hacia el que las musas nos han de guiar.
Según los grigos no existía ninguna musa encargada de inspirar las artes plásticas. Pero muchos auguraban que había un sinfín de pequeños espíritus menores dedicados a la inspiración de aquello que las musas se negaban a susurrar a los oídos de nosotros, los simples mortales.
En mi caso yo debía de haber sido abandonada por toda clase de divinidad menor. Y se me había negado el privilegio de crear cualquier cosa que supusiese el más mínimo ápice de..., si quiera arte. Tenía miles de versos inacabados desde hacía meses, y Erato y Calíope se negaban a revisitarme, ya fuese en la Vigilia o en el albor de la madrugada. Y las pinturas se negaban a tomar forma sobre las telas del lienzo. El caballete permanecía inerte y vacío en el centro de la habitación, esperando albergar algo que precía condenado a no nacer nunca.

Era una Diosa Menor incapaz de crear.

0 comentarios