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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Textos Perdidos

Las Últimas Flores de mi Jardín

El agua de la ducha resbala por mi piel mezclándose con todas las lágrimas que lloré ayer. Siento un frío helado cada vez que una gota estalla contra mi carne.
Donde antes había caricias y besos, ahora hay soledad y lágrimas. Es una toalla la que ahora me cubre en lugar de su cuerpo desnudo.
El espejo está empañado y por un momento me detengo ante él, sin querer mirar a quien está al otro lado.
Lo limpio con la mano y le veo. Por un momento le veo. Me vuelvo y no hay nada. Me echo contra el espejo y rompo a llorar.

Ya ni si quiera me reconozco.
Mis ojos están cruzados por infinidad de líneas rojas que no me dejan dormir. Y las dobleces de mi cara sólo recuerdan la posición que acogen cuando rompo a llorar. Mi pelo está revuelto y grasiento.
Es como si la que se hubiese marchado hubiese sido yo

Ayer soñé con él. Sentí como acariciaba mi cara mientras dormía. Abrí mis ojos y le ví a través de una gruesa gasa. Y no me dijo nada, sólo ladeó la cabeza y me miró con tristeza.
Está mañana cuando me desperté salí al jardín. Estaba todo tan muerto y gris. Corté las últimas flores que aún vivían y se las llevé a él. Cuando las dejé sobre la lápida de mármol sopló el viento, y oí un: “te echo de menos”
Sólo pude responder: “yo también”

Aquí todo me recuerda demasiado a él. No puedo más. Arranco todas mis cosas, las guardo en una maleta y me marcho por siempre.

Huyo y salgo corriendo. Abro temblorosa la puerta del coche y meto todo de golpe. Subo por la otra puerta y la cierro de un portazo. Arranco mientras me enjugo las lágrimas.
No sé adonde voy, y tampoco me importa. Sólo quiero tratar de olvidar. No quiero más lágrimas. No quiero más flores. No quiero más lápidas.

Un golpe. El coche se mueve. Me caigo.

Y todo es negro

Exhalo. Y mi aliento no es nada.
Estoy abrazada en el Vacío. Desnuda, sólo cubierta por un gelatinoso velo helado. Me siento como si estuviese encerrada en una burbuja de agua negra e inconmensurable.
No hay aire, no hay agua, no hay nada.
Trato de respirar, como respiran los dormidos. Y siento el Vacío. Siento un placentero dolor por todo mi ser. Siento la Tranquilidad. Siento que el tiempo se ha detenido.
No hay Luz, ni Oscuridad. Y Siento un cálido escalofrío.

Siento dolor, mucho dolor.

Algo se ha roto. Y siento como si me clavasen un hierro ardiendo en el centro de mi Alma.

Respiro. Aire.

Mis ojos se abren.

Noto un fuerte viento contra mí.

Y es tan placentero.

Y entonces lo veo.

Veo sus ojos. Veo su rostro. Veo sus manos.

Y en ellas
Las Últimas Flores de mi Jardín


H.Utopía 22 de Septiembre 2003

La Dama Luminosa

La habitación es silenciosa, y penumbrosa la escalera; una Luz desciende por ella. La mujer, clara, blanca, luminosa, se presenta en la tiniebla, en la oscuridad que sume a la sala; dulce, bella, como gustosa de verla así. Su vestido es fino, largo y negro, como su espeso cabello, y un blanquecino halo la envuelve.

Sus manos recogen parte de la larga falda de su, sedoso, vestido, pero sin permitir ver sus descalzos y anacarados pies. Su caminar a través del vacío y negro pasillo es lento, sensual y majestuoso; parece caminar al ritmo de una silenciosa marcha fúnebre. En contraste, su cabeza se mantiene triste, y en parte agachada, con su clarísima, casi blanca mirada, clavada en el suelo, a pocos pasos ante ella.

Llega a las puertas, y se abren solas, las puertas inmensas, forjadas y silenciosas; se vuelve por un instante, clavando en la lejanía su inconmensurable mirada; para girarse de nuevo y continuar su camino, perdiéndose su halo en la Espesa Negrura.

Es un Hada
La Reina,
de la Oscuridad,
enamorada.


H.Utopía 22 de Enero 2002