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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

El Resto de los Dioses

Tragedia

La mujer lloraba consumida por las lágrimas en el centro del escenario. Sentía un placer doloroso en aquel momento. Se dejaba llevar por toda la angustia de aquella otra mujer que lo había perdido todo. Y más ahora, tras tanto tiempo sintiendo como ella, aprendiendo a ser esa mujer que en un principio la había sido tan ajena.
Desde las dobleces de los telones ella la miraba. Sentía como aquella tragedia que consumía a la mujer del centro del escenario la penetraba y la cargaba de vida. Todas y cada una de aquellas lágrimas se hundían en su alma. Bebía de aquellas tragedias y se fortalecía con todo aquello. Amaba todas las historias con finales tristes.
Cuando finalmente la mujer cayó al suelo y se dejó morir dibujó una media sonrisa en su rostro, se giró y caminó entre los bastidores hasta dar con la puerta de atrás del escenario.
Fuera nevaba, y se abrochó el abrigo para protegerse de aquel frío punzante de Nueva York. Aquella historia de lágrimas y muertes se fue fundiendo con el resto de historias pasadas en lo más profundo de su alma. Antiguamente habría disfrutado con la sensación de triunfo de la actriz, pero ahora las cosas ya no funcionaban como antes, y muy seguramente dentro de poco aquella chica no sería más que una cara y mucho marketing. Sin duda, para ella aquél era el fin más triste de todos. También estaba llegando el tiempo en que ella encontraría el final de su historia, al igual que el resto de sus hermanas, al igual que todos.

Noches Frías

El Viento azotaba su cara. Adoraba aquella sensación de frío recorriendo su cara pálida, revolviendo sus cabellos negros. Sus ojos azules escrutaban el cielo claro, sin Luna, y plagado de estrellas. Siempre había amado todo aquello. Siempre había sabido como hacer que los hombres perdieran su vista en aquel tapiz inmenso. Ella estaba de pie, con no más que una camisa varias tallas más grande y sintiendo la hierba mojada bajo sus pies.
- ¿En qué piensas? - Su voz era dulce y profunda. La miraba tumbado desde el suelo.
- En lo hermosa que es esta noche. ¿Y tú?
- En lo hermosa que eres tú. Pareces una estrella fugaz caída del cielo. Pareces un deseo cumplido sólo para mí.
Ella sonrió amargamente.
- La gente ya no cree en todas esas cosas.
- Yo lo hago.
- ¿Y qué pedirías a una estrella hoy? - Alargó su mano y una estrella resbaló de allí donde indicaba su dedo.
- Estar juntos por siempre. ¡Mira! - Indicó la estela de la estrella fugaz.
- Ojalá fuera posible - Susurró melancólica ella, sin apartar la vista del nuevo hueco oscuro del cielo.

La Memoria del Mundo

RecuerdosEl mar rompía suave contra la costa escarpada. Hacía mucho tiempo que los hombres ya no pisaban aquel lugar. Era su propio refugio. A ella ya no acudía nadie a escuchar los relatos y los cuentos de los días de antaño. Pero la historia no acallaba nunca. Y menos en sus dominios.
Podía ser un dios menor. Podía ser un alma olvidada. Pero era la memoria de toda aquella enorme familia. Al fin, tras el paso del tiempo, ella era la única que se había mantenido limpia ante la mancha del Olvido. El resto de dioses se habían entregado a los deseos de los hombres. Eran dioses de todo aquello que la humanidad podía cambiar o destruir a voluntad. Dioses del amor y de los padros, de la guerra y la pasión. Dioses atados al deseo de los hombres. En cambio ella tenía a los hombres en sus manos. Puede que no tuviese el poder de las viejas parcas. Y aún menos, que la recordasen con tanto fervor como a ellas. Pero era la memoria del mundo. Y tenía muchas cosas por contar.
Aunque no quedase nadie para escucharlas.

Tristeza

Miraba a la plaza a través del cristal pensativa. Perdida en todo aquel mundo de dioses olvidados y humanos grises. Ensimismada en la efemeridad de los días cuando tienes la eternidad por delante. Adoraba aquellos pequeños cafés de París, en los que parecía que vivían los sueños de los propios poetas. Por mucho que se quejasen algunas de sus hermanas ella siempre había sido una bohemia. Desde el mismo día en que nació.
A veces se sentía mal por tener un amante cada noche y dormir en ciudades tan dispares en una misma semana. A veces sentía el desarraigo apegándose a sus entrañas y echaba de menos la vieja patria. Pero eso es lo que hacía fluir la sangre de los poetas. Pero por encima de todo echaba de menos los viejos días. Primero fue añoranza y más tarde se tornó melancolía. Al final todo aquello se transformó en un dolor intenso y profundo que la punzaba el pecho día tras día, hora tras hora.
Ya no era útil. Ya nadie deseaba escuchar su susurro y dejarse llevar de verdad por la pasión que influía en los mortales. Ya no quedaban verdaderos hombres amantes de la vida o atados a dolores tan dolorosos y profundos que necesitasen desagarrar su cuerpo y exponer su interior ante el resto de la humanidad.
Cada vez que pensaba aquello una lágrima resbalaba de sus ojos verdemar. Suspiró. El vapor del café jugueteó en la exhalación de su aire. Continuó mirando a través de aquella ventana polvorienta en aquella tranquila mañana parisina. Soñando que tal vez algún día las cosas volviesen a cambiar.