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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Tristeza

Miraba a la plaza a través del cristal pensativa. Perdida en todo aquel mundo de dioses olvidados y humanos grises. Ensimismada en la efemeridad de los días cuando tienes la eternidad por delante. Adoraba aquellos pequeños cafés de París, en los que parecía que vivían los sueños de los propios poetas. Por mucho que se quejasen algunas de sus hermanas ella siempre había sido una bohemia. Desde el mismo día en que nació.
A veces se sentía mal por tener un amante cada noche y dormir en ciudades tan dispares en una misma semana. A veces sentía el desarraigo apegándose a sus entrañas y echaba de menos la vieja patria. Pero eso es lo que hacía fluir la sangre de los poetas. Pero por encima de todo echaba de menos los viejos días. Primero fue añoranza y más tarde se tornó melancolía. Al final todo aquello se transformó en un dolor intenso y profundo que la punzaba el pecho día tras día, hora tras hora.
Ya no era útil. Ya nadie deseaba escuchar su susurro y dejarse llevar de verdad por la pasión que influía en los mortales. Ya no quedaban verdaderos hombres amantes de la vida o atados a dolores tan dolorosos y profundos que necesitasen desagarrar su cuerpo y exponer su interior ante el resto de la humanidad.
Cada vez que pensaba aquello una lágrima resbalaba de sus ojos verdemar. Suspiró. El vapor del café jugueteó en la exhalación de su aire. Continuó mirando a través de aquella ventana polvorienta en aquella tranquila mañana parisina. Soñando que tal vez algún día las cosas volviesen a cambiar.

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