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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Iris

El Hogar Caído

Entre viaje y viaje, Iris se tomó un descanso. Se escapó de sus labores y viajó al lugar donde comenzó todo. Mucho tiempo antes.
Ahora no era más que una cima yerma y fría. Ante los ojos mortales todo parecía igual que había parecido entonces, Las puertas al reino oculto de los dioses continuaban cerradas, pero ante Iris todo aquel lugar era un páramo desolado, la ruina de todo un mundo venido a menos.
Bajo ella estaban las nubes acuosas y blanquecinas, borrando de los ojos mortales aquel mundo desconocido, el paraíso anhelado por héroes de siglos y siglos. Iris lloró ante aquella visión. Ante aquel paraje vacío y neblinoso. Sintió como el olvido de los hombres había comenzado a borrarlo de su creencia y de su memoria entre aquella niebla espesa. Y su corazón se encongió. Que ella hubiese sido arrojada a la nada, al vacío y a la muerte eterna, era una idea insoportable. Pero que el propio hogar de los dioses hubiese sido olvidado la resultaba grotesco y horrible. La causaba un dolor insoportable que acuchillaba su alma. Trató de explorar aquel lugar con la esperanza de encontrar algún vestigio de su antigua vida, de los viejos tiempos, pero el dolor y la aprensión era tan grande que no fue capaz de buscar entre las columnas caídas y las montañas de polvo.
Si alguien más hubiera visto aquella cima yerma y vacía, no hubiera reconocido más que una acrópolis en ruinas envuelta en una densa niebla, en una bruma palpable y agobiante. Pero para un dios aquella visión representaba mucho más de lo que parecía a simple vista. Para Iris era un hogar derruido y olvidado. Un retorno negado. Un exilio sin fin.

El Árbol

El_Bosque


Iris continuó atravesando el bosque. Antaño sus pies descalzos y los de sus cientos de hermanas habían pisado aquellas tierras. Ahora ya no quedaban ni siquiera vagos recuerdos de entonces. Aquél lugar ahbía sido uno de los últimos en olvidar los viejos tiempos, cuando la gente comenzó a dejar de creer.
Iris siguió caminando lentamente entre los árboles finos y las hierbas espesas en busca de aquel árbol. Sabía que no podría romper el hechizo, que sólo el señor de todos podría, pero debía de avisarla la primera de todas. Prosiguió su caminar entre los leves haces de luz hasta que en el estrecho claro dio con él. Se enredaba sobre sí mismo como ahogándose en una agonía eterna. La sentía encerrada en su interior, marchitándose por aquello mismo que la había dado la vida. Habían pasado siglos y siglos y la vieja reina seguía allí. Una tímida sonrisa de humildad se dibujó en el rostro de Iris.
Caminó lentamente hasta el árbol y acarició su gruesa corteza dormida. Acercó sus labios allí donde nacían las ramas y comenzó a recitar su mensaje.

Amanecer

Amanecer


El Sol despuntaba entre las siluetas negras de los árboles. Se dibujaba como un resplandor tenue y fugaz entre las nieblas del horizonte. Iris adoraba ese tipo de cosas. Las había echado de menos durante todos estos siglos.
Iris adoraba viajar y visitar a las gentes de todo el mundo. Ése había sido su trabajo en los lejanos viejos tiempos. Aún recordaba lo que se sentía al cabalgar los frágiles rayos y las minúsculas partículas de un pequeño arcoiris. Pero la gente ya no recordaba ese tipo de cosas. Incluso lugares que habían sido el auténtico paraíso había caído en el Olvido.
Ese pensamiento le provocó un escalofrío. Ella había estado allí todo este tiempo, envuelta en la inexistencia. Leves retazos de desconocimiento y falta de autoconsciencia aún vagaban por su mente. Pero no quería pensar en todo aquello. Habían requerido su labor y ella estaba allí para ello. Volvía a ser la mensajera y eso era lo fundamental.
Continuó caminando decidida por el bosque. Aún no era capaz de creer que estuviera de vuelta en casa.

Una Vieja Musa

IrisHacía mucho que Iris no se sentía tan viva como ahora. Su mente soñaba que era la musa de un viejo pintor ya olvidado. Como lo había sido antaño, hacía tantos siglos. Después de tantos años de letargo Iris se había redespertado, y por fin se sentía viva de nuevo. Prefería no preocuparse por ahora y disfrutar del momento. Ahora era una mujer que había despertado en los jardines de aquella vieja casa y poco más. Nadie debía de saber más que aquello. Con que ella supiese la verdad era suficiente.
Caminó entre los árboles hasta conseguir llegar al empedrado donde reposaban las sillas. Adoraba el tacto de la tierra mojada rozando sus pies. Cuando por fin se sentó vio su reflejo en el cristal de la mesa y quedó prendada de su nueva apriencia. Era una envoltura bonita y delicada. No podía quejarse. Si fuese necesario la cambiaría por otra más apropiada. A fin de cuentas ella era capaz de hacer ese tipo de cosas.
Y como no tenía mucho más que hacer en aquella mañana de Primavera siguió soñanado que era una antigua musa retratada por algún pintor ya olvidado.