Latidos

Ella lo miraba de pie. Apoyada silenciosa en la pared. Dejando que el tiempo corriese en aquella noche sin trenes. Siempre la habían gustado las noches de aquella estación. Solía dormir arropada por el silencio que la poblaba en la oscuridad. Cuando ningún vagón atravesaba sus andenes.
Ahora echaba de menos su sitio. Pero aunque quisiera no podría volver a ocuparlo. Ya había pasado mucho tiempo de entonces. Ya había visto allí a niños perdidos y mendigos en sus últimos minutos de vida. Había visto como se drogaban los desperdicios creados por una sociedad que la había maltratado. Y como lloraban sus penas muchos hombres y mujeres.
Y, aún así, aquel era su sitio. Su hogar. Pero ya no podía ocuparlo.
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Marta -