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El Paraíso de los Anhelos Perdidos

Ya no hay Orfeos

Cada respiración era acompañada de un latido fuerte y sonoro, como el eco sordo y seco de un tambor.
Eurídice miraba el mar en silencio. Oía lejano el suave romper de las olas. Callada, cansada de toda aquella existencia vacía. Parecía que el tiempo se había detenido después de aquello, que ya no había días y noches. Que todo el tiempo estaba nublado y gris. Incluso ya había olvidado los días en que corriera por los verdes campos llevando coronas de flores enredadas en el pelo. Todo aquello ya había sido hacía demsiado tiempo.
El sonido de unos pies descalzos como los suyos rozó la arena fina de la playa. Los pasos silencioso a medio camino entre la vida y la muerte. Ella adoraba aquel tacto de sus pies hundiéndose en la tierra reblandecina por el agua salada del mar. Y ahora tampoco podía sentirlo. Él se acercó por su espalda.
- Ya no hay Orfeos ¿sabías? Las historias cambian tanto con el paso del tiempo. Quién lo diría ¿verdad?
Aunque sintió una lágrima resbalando por su carrillo nada emanó de sus ojos claros.

2 comentarios

Héctor -

Aún queda mucho por decir de estas historias. De los diferentes habitantes que irán poblando este "mi pequeño" paraíso.
Me alegro de que os guste

Ardibeltza -

... y en un lejano infierno, donde en su descenso quedó retenido, un Orfeo más viejo oyó, también, a sus espaldas: "Ya no hay Eurídices"... :'/

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